Introducción:
Según la biblia, Eva vino al mundo sin madre y su origen fue la costilla de Adán. Las distinciones entre sexo y género se asocian a características biológicas y eso nos permite diferenciar a las mujeres de los hombres. Los estereotipos por razón de sexo son creencias por lo general aceptadas y poco cuestionadas que han sido creados desde el punto de vista del hombre, son variables y están sometidos a una jerarquía simbólica cuyo fin es desvincular la identidad femenina de la masculina, normalizar el rol masculino hasta convertirlo en un elemento delimitador. El género por razón de sexo es, por tanto, una construcción cultural y social del pasado que varía según las culturas y se construye a través del comportamiento entre hombres y mujeres a través de diferentes creencias como la religión, etnia o la clase social.
La gran creadora de la diferencia femenina es Luce Irigaray (1930), lingüista, filósofa y psicoanalista feminista de origen belga, quien sostiene que la desvalorización de la mujer le viene por la creencia del falocentrismo, del privilegio de lo masculino sobre lo femenino, hasta que esos ideales se acaban incorporando en el inconsciente colectivo.
Repasando periodos históricos.
Por lo menos la mitad de la población en la prehistoria eran mujeres y eso no se ve en los museos. Los problemas empiezan cuando se intenta feminizar la arqueología prehistórica y se impone la creencia de que las mujeres en el periodo antiguo se ocupaban del trabajo doméstico, la sanidad y la educación y que lo mismo sucedería en los grupos prehistóricos causas que, por otro lado, se presuponen puesto que no hay suficientes fuentes historiográficas que lo demuestren.
La información que nos ofrecen los enterramientos ha contribuido de manera indirecta a sexualizar los trabajos productivos. Desde el origen de la humanidad la división sexual se ha vinculado a la división en el trabajo y una de las argumentaciones más utilizadas para explicarlo son las sociedades cazadoras. Se han hallado asentamientos con cuerpos de mujeres junto a tejidos y se parte de la supuesta idea de que eran ellas las que ejercían esas tareas.
Cuando pensamos en la caza, automáticamente pensamos que es una tarea masculina, que las mujeres no tenían la misma libertad que los hombres porque se ocupaban de los hijos, sin embargo, esta teoría no sirve para todas las mujeres puesto que hay sociedades cazadoras-recolectoras que muestran claros indicios de compatibilidad en la producción y el cuidado de los hijos. Se sabe que en Australia y Japón hubo grupos de mujeres que practicaron la caza mayor. Y en cuanto a la agricultura, que las mujeres recorrían quilómetros con sus hijos a cuestas para recolectar frutos, semillas y granos.
La arqueología actual lo que pretende es neutralizar el sesgo sexista en el ejercicio de la profesión, generar nuevos discursos que muestren la sabiduría y la tecnología utilizada por la mujer, o quizás los hombres, no lo sabemos, ya que no se ha podido demostrar que fueran ellos los que manejaban el arado o el poder político.
Las culturas más antiguas que conocemos se hallan en Mesopotamia, Egipto, Anatolia y Pakistán. Marija Gimbutas, arqueóloga y antropóloga estadounidense, ha documentado que en las esculturas neolíticas de la vieja Europa (6.500-3.500 a.C.) y la vieja Anatolia no se adivinaba ningún interés en la producción de armas, y sin embargo florecieron la alfarería y la escultura (Borrell y Rosell, 2016)
Un ejemplo de que la historia se puede reconstruir la podemos hallar en la cultura ibérica es la Dama de Baza, perteneciente al siglo IV a.C. En aquella sociedad matrilineal las grandes damas tenían relevancia social. Los restos óseos de la Dama de Baza aparecieron en una tumba que contenía sus restos de incineración, su ajuar funerario incluía muchas armas y lo único que no tenía era casco. Tres análisis distintos de los restos confirmaron que se trataba de una mujer. Ello nos sugiere que en esta sociedad podía haber mujeres al frente de operaciones bélicas, desmontando algunos supuestos muy extendidos.
A lo largo de la Edad Moderna, los textos clásicos de los grandes filósofos sostienen que la mujer, por su naturaleza, no tiene capacidad para ser dueña de sí misma, es decir, es la eterna menor de edad. Durante la Revolución Francesa, ya en el periodo contemporáneo, a las mujeres se las excluía del contrato
social y se las diferenciaba sexualmente de los hombres a pesar de que las mujeres ejercieron un papel fundamental en los momentos claves de la Revolución y lideraron insurrecciones como la Marcha de las Mujeres sobre Versalles o bien, promoviendo los derechos de las mujeres como fue el caso la escritora francesa, Olympic de Gouges (1748-1793), autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadanía (1791) quien también impulsó la abolición de la esclavitud.
La historiadora estadounidense nacida en Austria Gerda Hedwig Lerner (1920-2013) considera que la construcción histórica del dominio masculino y la subordinación de las mujeres y los niños es lo que implica que el hombre ostente el poder en la sociedad y que a la mujer se la prive de ello lo que da lugar al patriarcado.
Conclusiones.
Reescribir la historia desde el punto de vista feminista no consiste únicamente en incorporar a las mujeres. El reto para el feminismo materialista en la actualidad radica en superar la vieja dialéctica
de las diferencias en la jerarquía de género (Triviño Carrera, 2011). Aún queda mucho por hacer y
nuestros compromiso es llevarlo a cabo.
Bibliografía:
Borrell y Rosell, E. (2016). La madre y las pirámides de Gea. España: Esther Borrell Editora.
Triviño Carrera, L. (2011). Ellas también pintaban: el sujeto femenino artista en el Cádiz del
siglo XIX. Biblioteca Pública de Nueva York: Alfar.





