Antropoceno, ecofeminismo e interdependencia

Antropoceno, ecofeminismo e interdependencia
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El Antropoceno no puede delimitarse a partir de una fecha concreta ni ubicarse con precisión en el pasado remoto de las civilizaciones humanas. Se asocia, principalmente, con el fenómeno del calentamiento global. Es evidente que los efectos del cambio climático no impactan de manera uniforme a todo el planeta y se pueden comprender a partir de dos indicadores fundamentales: por un lado, el incremento de los gases de efecto invernadero en la atmosfera, por otro, el aumento sostenido de la temperatura terrestre durante los últimos cien años.

Al principio de la humanidad, lo seres humanos competían con los animales por los productos naturales que les ofrecía el medio en el que habitaban. Para subsistir, dependían fundamentalmente de la fuerza de la naturaleza, del ciclo anual de la fotosíntesis de las plantas, del calor y, en esencia, de su fuerza muscular. El primer gran cambio en la disponibilidad de energía ocurrió con el descubrimiento del fuego y su capacidad para controlarlo. Con el fuego se amplió el alcance geográfico de los asentamientos humanos, los alimentos comenzaron a cocinarse, y fue posible la fabricación de herramientas de estaño, cobre y hierro, así como el desarrollo de nuevos oficios.

El segundo gran cambio se produjo durante el Neolítico, con el desarrollo de la agricultura sedentaria. Esta transformación permitió el crecimiento demográfico, la consolidación de grandes asentamientos y el surgimiento de las sociedades urbanas. No obstante, a pesar de los avances, las sociedades preindustriales seguían estando profundamente condicionadas por la variabilidad climatológica y las malas cosechas que podían desencadenar situaciones de escasez extrema, destrucción generalizada e incluso la muerte.

El tercer gran cambio se produjo con la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII principios del XIX, y supuso una transformación radical en el mundo. La población experimentó un crecimiento exponencial, acompañado de un notable incremento en los niveles de consumo. Aunque los cambios se desarrollaron de manera gradual, el motor principal de esta transformación fue el uso intensivo del carbón como fuente de energía. Este periodo marco el inicio de una integración económica sin precedentes en la que Europa lideró tanto en el aprovechamiento energético como en el incremento del producto interior bruto (PIB), consolidando así un nuevo modelo de desarrollo basado en la industrialización.

La expansión del consumo energético y material durante la Revolución Industrial fue profundamente desigual entre las distintas naciones. En el quinquenio 1850-1854, los tres mayores productores de carbón fueron en el continente europeo —Bélgica, Francia y Alemania— registraron una producción media anual conjunta de aproximadamente 18,6 millones de toneladas. En contraste, en ese mismo periodo, Gran Bretaña alcanzó, ella sola, los de 58 millones de toneladas, consolidándose como la potencia hegemónica en el uso de este recurso. Del mismo modo, el hierro y el acero desempeñaron un papel esencial en el avance industrial. Mientras que la producción conjunta del hierro en Bélgica, Francia y Alemania fue de 1,1 millones de toneladas, Gran Bretaña superó los 2,9 millones evidenciando una clara supremacía en capacidad industrial y tecnología.

Si bien el carbón constituyó la principal fuente de expansión energética del siglo XIX, en el siglo XX este papel fue asumido por el petróleo y la electricidad. Durante la Gran Depresión el consumo de energía per cápita se estabilizó, reflejando el estancamiento económico general. Entre 1914-1945, los conflictos bélicos impulsaron una significativa inversión de capital en innovación tecnológica. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, se produjo un nuevo y marcado aumento en el consumo de energía, seguido por una ralentización a partir de la década de los años setenta que, con altibajos, se ha mantenido hasta la actualidad. (Kander, 2014)

La respuesta a la crisis economía global del ecofeminismo

En las sociedades patriarcales, la población se divide en dos grupos antagónicos: hombre y mujer. Esta separación se sustenta en valores, normas y comportamientos que establecen una jerarquía social injustificada, otorgando superioridad y excelencia al grupo masculino en detrimento del femenino.

Los ecofeminismos surgen como movimientos sociales y políticos, además de constituir corrientes teóricas que luchan por la emancipación y la erradicación del sexismo (Herrero, 2017). El término ecofeminismo fue acuñado por la francesa Françoise d´Eaubonne en 1974, para referirse al potencial transformador de las mujeres en la construcción de una revolución ecológica. Este concepto se popularizó en un contexto marcado por crecientes protestas contra la destrucción ambiental, especialmente durante la década de 1970, y se nutre de una visión hibrida que entrelaza tres movimientos sociales: el feminista, el ecologista y el pacifista. (Ferrete Sarriá, 2005)

Las ecofeministas fueron las primeras en denunciar que las mujeres son, de manera sistemática, las primeras víctimas del desarrollo científico-tecnológico moderno, así como quienes padecen con mayor intensidad las consecuencias estructurales. Como consecuencia, hombres y mujeres del Tercer Mundo han sido empujados hacia una situación de extrema pobreza debido a una combinación de factores estructurales, históricos y sociales.

Los  modelos económicos neoliberales que favorecen la concentración de la riqueza en manos de élites locales y extranjeras, marginando a las poblaciones más vulnerables, las políticas económicas impuestas por organismos internacionales, los conflictos armados, la corrupción gubernamental, la falta de acceso a la educación y a servicios básicos, así como la explotación de recursos naturales por parte de grandes potencias extranjeras, han contribuido significativamente al deterioro de sus condiciones de vida. Primero con el colonialismo y posteriormente con el neocolonialismo, tanto mujeres como hombres del tercer mundo han sido empujados hacia una situación de extrema pobreza. No obstante, son las mujeres quienes se ven especialmente afectadas por la escasez de recursos básicos como el agua, los alimentos, el forraje y combustibles —materiales fundamentales en las economías de subsistencia—, dado que sobre ellas recae en gran medida la gestión cotidiana de estos elementos en contexto de supervivencia.

Para las ecofeministas el sesgo social es una realidad estructural que se identifica como resultado de tres factores que refuerzan la opresión: el patriarcado capitalista, su visión cultural basada en la dominación, y la violencia sistemática. Desde esta perspectiva, sostienen que las creencias en torno a la superioridad biológica han servido como fundamento para legitimar la dominación y el sometimiento no solo entre los seres vivos, sino también en los procesos productivos y los servicios que ofrece la naturaleza.

Asimismo, advierten que el modelo moderno occidental de crecimiento y progreso ilimitado muestra signos de agotamiento. En consecuencia, critican las premisas patriarcales que sustentan dicho modelo —el productivismo, la homogeneidad, el control y la centralización—, al considerar no solo una forma de pensamiento dominante, sino también la base sobre la cual se han erigido las actuales estructuras económicas e industriales. Ejemplos concretos de este patriarcado capitalista son, la ganadería intensiva y la expansión de monocultivos como la soja, el aceite de palma, el maíz, el azúcar o el algodón (Mercado Reyes, 2018).

Bibliografía:

Ferrete Sarriá, C. (julio de 2005). Tesis doctoral dirigica por Domingo Garcia Marzá. La etica

ecológica como etica aplicada. Castellón.

Herrero, A. (2017). Ecofeminismos: apuntes sobre la dominación gemela de mujeres y

naturaleza. En Profundidad, 20-27.

Kander, A. M. (2014). Energy Transition in the Tweentieth Century. Pricenton, New Jersey:

Princeton University Press.

Mercado Reyes, A. (2018). Mundos en colisión: Antropoceno, ecofeminismo y testimonio.

Ecosur. Sociedad y Ambiente.

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