El concepto Antropoceno define una nueva era geológica en la que la humanidad se ha convertido en la fuerza capaz de alterar el equilibrio del planeta. Según científicos como Paul Crutzen y Eugene Stoermar, solo una gran catástrofe como una erupción volcánica masiva, una guerra nuclear o el impacto de un asteroide — podría frenar el avance de esta era. Lo inquietante es que estas advertencias parten de una premisa clara: la humanidad seguirá existiendo y ejerciendo su dominio significativo sobre el funcionamiento de la tierra, dejando una huella geológica profunda y duradera.
En este escenario, la irrupción de la inteligencia artificial (IA) y la lucha contra el cambio climático se presentan como dos de los grandes retos del siglo XXI. Ambos desafíos están profundamente conectados y tienen un impacto transversal en lo social, lo económico y lo ambiental.
El lado oscuro de la IA: su huella ecológica
Aunque muchas veces se presenta como “limpia” o “invisible”, la IA tiene un fuerte impacto ambiental. Un estudio de las universidades de California Riverside y Texas Arlington alertó sobre la huella ecológica de los modelos del lenguaje a gran escala (como ChatGPT o GPT-3). Entrenar estos modelos requiere un consumo descomunal de datos, energía y agua.
Para 2027, la IA podría demandar entre 4.200 y 6.600 millones de m³ de agua a nivel mundial. Solo el entrenamiento del modelo GPT-3 consumió 78.437 kWh, el equivalente al gasto energético de una vivienda española durante 23 años (Instituto de Ingeniería de España, 2024).
Además, el desarrollo de estas tecnologías contribuye indirectamente a problemas ambientales como el elevado consumo energético, la huella de carbono asociada al funcionamiento de grandes centros de datos, y la presión sobre ecosistemas derivada de la extracción de minerales necesarios para la fabricación de dispositivos electrónicos.
Pero… ¿Puede la IA ayudar a salvar el planeta?
Si. Más allá de sus impactos negativos, la IA también representa una herramienta poderosa para combatir la crisis climática. Estas son algunas de sus aplicaciones positivas:
- Monitoreo del deshielo: detecta y mide los cambios en los icebergs.
- Mapeo de la deforestación: analiza imágenes satélites para evaluar el impacto forestal.
- Ayuda a comunidades vulnerables: predice fenómenos meteorológicos extremos, mejora el acceso a energías limpias y fomenta la deforestación.
- Gestión de residuos: optimiza la recogida y el reciclaje, reduciendo el 16% de las emisiones que estos generan globalmente.
- Limpieza oceánica: identifica y recoge basura marina con más precisión que los métodos tradicionales.
- Prevención de desastres naturales: predice la ubicación y magnitud de catástrofes climáticas.
- Descarbonización industrial: mejora procesos productivos y reduce emisiones.
- Reforestación acelerada: drones e IA trabajan juntos para replantar bosques de forma masiva.
La nueva humanidad colectiva
Vivimos conectados. Hemos pasado de ser sujetos individuales a nodos de una gran red digital. Redes como Facebook, YouTube o Instagram son hoy los nuevos portavoces sociales. Nos movemos en colmenas digitales donde la información circula a velocidad vertiginosa, transformando no solo nuestras relaciones, sino también nuestra forma de entender el mundo (Scraton, 2021).
Transición gemela: tecnología + medioambiente
Hoy más que nunca, necesitamos coordinar transición digital y transición ecológica. De ahí surge el concepto de transición gemela o transición hibrida: una visión integral que busca avanzar en ambos frentes al mismo ritmo. Solo así podremos afrontar los grandes retos del siglo XXI con soluciones coherentes, sostenibles y resilientes.
En conclusión…
El Antropoceno no es solo una categoría geológica. Es una llamada de atención que nos invita a reflexionar sobre nuestro papel en el planeta y sobre cómo nuestras decisiones tecnológicas impactan profundamente la tierra. La IA puede ser parte del problema, pero también—si se usa con conciencia — parte de la solución.