La historia está llena de hombres que, sin grandes recursos, lograron amasar fortunas. Ayer como hoy, hacerse millonario sigue siendo un sueño para muchos, aunque pocos lo alcanzan. Una de las figuras más persistentes en la mitología sociopolítica estadounidense es la del self-made man, el hombre hecho a sí mismo.
Orígenes y evolución del mito
El mito del self-made man nació a finales del siglo XIX. Antes de la Revolución Industrial y del surgimiento del capitalismo moderno, la riqueza solía ser heredada. Los más ricos lo eran por linaje, no por merito personal. Con el auge del capitalismo y la expansión de oportunidades económicas, especialmente tras la Guerra de Secesión (1861-1865), las historias de hombres que lograban ascender por sus propios medios comenzaron a proliferar en el mundo anglosajón, particularmente en Estados Unidos (Hernández, 2006).
Originariamente, el termino se aplicaba a individuos que, mediante trabajo duro y determinación, salían de la pobreza y alcanzaban la riqueza no gracias a una fortuna heredada, sino mediante sus cualidades emprendedoras. Benjamín Franklin (1706-1790), inventor del pararrayos y uno de los padres fundadores de Estados Unidos, es considerado uno de los primeros referentes de este arquetipo. Supo aprovechar las oportunidades con esfuerzo e inteligencia, y sus avances en el campo de la electricidad le otorgaron fama internacional.
Otro caso paradigmático fue el de Samuel Smiles (1812-1904), quien en su célebre libro Self-Help (1859) defendía que el self-made man rompía con los valores jerárquicos del antiguo orden. Criticaba la idea tradicional según la cual cada individuo debía ocupar el lugar que le correspondía según su nacimiento, una visión justificada por razones religiosas y políticas para mantener la estabilidad y el control social (Montagut, 1923).
Tras la Segunda Guerra Mundial, el número de self-made man creció notablemente impulsado por la cultura y el renovado deseo colectivo de alcanzar el famoso “sueño americano”.
Éxito empresarial y realidad social
Henry Ford resumió a la perfección el credo del self-made man al afirmar: “Tanto si crees que puedes, como si crees que no, estás en lo cierto”. Esta afirmación encapsula el núcleo ideológico del término: un mito profundamente arraigado en la cultura estadounidense que exalta la figura del empresario exitoso, cuya confianza en sí mismo, esfuerzo y determinación se presentan como las únicas vías legitimas de ascenso económico.
Sin embargo, esta visión ha sido cuestionada. El sociólogo Joseph Gusfield (1923-2015), denominó “grupos de estatus” a las élites que acumulan éxito y poder diferenciadas del resto mediante valores culturales estandarizados y construidos socialmente. Estos grupos compiten para consolidar o modificar su prestigio a través de medios simbólicos e instrumentales.
La catedrática en Historia Económica y de Empresa Paloma Fernández destaca que ejemplos de éxito empresarial abundan: Henry Ford, J. P. Morgan, Thomas Edison, John D. Rockefeller o John Hampton Schnatter —fundador de Papa John´s Pizza— representan distintas encarnaciones del ideal empresarial moderno. No obstante, sus historias no siempre responden al mito del mérito puro.
Schnatter, por ejemplo, comenzó en 1984 vendiendo pizzas desde el hueco de un armario en la taberna de su padre. Diez años después ya tenia 500 tiendas y, en 1997, más de 1500. Sin embargo, su familia disponía de capital social significativo: su padre y su abuelo eran abogados, y su madre, agente inmobiliaria. Aunque su historia es inspiradora, no parte completamente desde cero ya que el contexto familiar le otorgó una base decisiva para su éxito.
El papel del Estado y las políticas fiscales
Los historiadores empresariales coinciden en que el éxito de muchos empresarios no se debe únicamente al liderazgo, la innovación o el emprendimiento—aunque estos factores son necesarios—, sino también al aprovechamiento de ventajas fiscales y del gasto público. La inversión estatal en infraestructuras clave, en industrias tecnológicas y en redes de transporte es determinante para el desarrollo económico.
Durante su mandato, la primera ministra británica Margaret Thatcher impulsó una política fiscal regresiva— es decir, una carga impositiva proporcional mayor para las rentas más bajas— apelando a los “valores victorianos” y citando a autores como Samuel Smiles. Uno de los principales aliados, Sir Keith Joseph, defendía el laissez-faire económico y consideraba la segunda mitad del siglo XIX como un periodo próspero y pacífico. Sostenía que cada individuo debía responsabilizarse de su propio bienestar económico.
Una visión similar fue expresada en Estados Unidos por el senador Sam Brownback, poco después de la toma de posesión del presidente George W. Bush, Brownback afirmaba: “El pueblo estadounidense no debería ser gravado por su éxito. Castigamos a las personas por innovar, ahorrar y trabajar duro, y las penalizamos por tener éxito”.
En una línea similar, durante la campaña presidencial de 2012, el republicano Mitt Romney respondió a unas declaraciones de Barack Obama que causaron polémica. Obama había dicho: “Steve Jobs no construyó Apple y Henry Ford no construyó Ford Motors”, subrayando que todo éxito individual depende también del colectivo. Romney defendía lo contrario: que esos hombres habían triunfado por merito propio. Ambas posturas reflejan distintas visiones del éxito, pero no se puede negar, como afirma Obama, que ningún logro individual se sostiene sin una comunidad que lo respalde (Laird, 2017).
Conclusión
El deseo de acumular riqueza ha existido desde siempre y sigue vigente. Aunque existen personas con talento para los negocios, el apoyo económico y social es fundamental, pues son pocos los que logran emprender sin respaldo. Casos como el de Amancio Ortega, quien dejó el colegio a los 14 años y fundó Inditex, son excepcionales. Hoy, su fortuna y su empresa multinacional son ejemplo de éxito, pero no representan la norma.
El ideal del self-made man se enfrenta actualmente a una creciente desigualdad social. Antes de la Revolución Industrial, la riqueza se heredaba y el ascenso social era limitado. Con el desarrollo del capitalismo surgieron nuevas oportunidades, pero el éxito nunca ha sido completamente independiente del contexto. Las redes familiares, la intervención del Estado y los privilegios culturales siguen desempeñando un papel esencial. Por ello, es válido afirmar que el concepto original del self-made man ha perdido su esencia si se le interpreta como una narrativa individualista, desligada de los factores estructurales que determinan las trayectorias vitales.