La lista Forbes vs coeficiente Gini

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Vivimos en un mundo globalizado cuyo modelo económico y político —el neoliberalismo—favorece la concentración de riqueza en pocas manos. Este efecto conlleva una serie de consecuencias sociales, políticas y culturales que son objeto de investigación.

Existen distintas formas de desigualdad social, y aunque la económica es la más visible, no es la única. Suele pensarse que este problema solo existe en los países desarrollados económicamente, en zonas sin estabilidad política o social, sin embargo, otros factores como los conflictos bélicos o la crisis por la pandemia de COVID-19 le han puesto la puntilla a un mundo que ya era profundamente desigual. Pobres, personas racializadas, mujeres y trabajadores/as con poca cualificación —incluso con ella— sufren hoy más que nunca esa disparidad. Según el Banco Mundial, si los gobiernos siguen permitiendo el incremento de la desigualdad, en el 2030 habrá más de 501 millones de personas que vivirán con menos de 5,5 dólares al día. (Berkhot, 2021)

Los esquemas vigentes para la ordenación de épocas pasadas aparecen en forma de convencionalismos firmemente arraigados. Por ejemplo, para estudiar los cambios sociales en la época prehistórica se suele recurrir al estudio de restos arqueológicos, ya sea en forma de tumbas o artefactos que acompañaban al difunto. Del periodo antiguo, de Sumeria a Roma, disponemos de información cuantitativa sobre herencias, precios, retribución salarial, propiedad de la tierra o cuantía de grandes fortunas que permiten el cálculo de hipótesis.

Avanzada la Edad Media, hacia el s. XIII, las fuentes notariales permiten el estudio de la riqueza a través de los inmuebles, muebles, los inventarios post-mortem y el conocimiento de los ingresos de los distintos grupos sociales y oficios urbanos como albañiles, jornaleros rurales asalariados o terratenientes. Sin embargo, es en el s. XVIII, con la Ilustración, cuando los ingleses comienzan a utilizar tablas sociales, pioneras en cálculos estadísticos y aritméticos elaboradas y cuantificadas conforme a las distintas riquezas según la clase social. A lo largo del s. XIX, con el nacimiento de la estadística moderna, la legislación de los registros mercantiles y el desarrollo de los sistemas fiscales permiten un análisis más exhaustivo de la desigualdad. Con la aparición del proletariado industrial fructifican las investigaciones y publicaciones, una base muy útil a la hora de medir la desigualdad en función de los grupos sociales, su patrón de consumo, así como sus condiciones de vida en general.

Es a partir de los años treinta del s. XX, con el fin de la II Guerra Mundial y en el marco de una economía creciente, que se dará un salto cualitativo respecto a épocas anteriores, con mediciones más fiables y detalladas a la hora de medir la desigualdad a escala mundial a través de distintas herramientas para la recopilación de la información. Es entonces cuando se desarrolla la macroeconomía como disciplina, la contabilidad nacional y nace la preocupación por el desarrollo y la desigualdad económica entre países, aunque a día de hoy todavía presentan problemas metodológicos, carencias y limitaciones que restringen los resultados y dan pie a debate (Garcia Montero, 2021).

Existen distintas herramientas para analizar y medir la desigualdad. Por ejemplo, para medir conceptos relacionados con la desigualdad socioeconómica, los ingresos o —con menor frecuencia— el gasto, el consumo y la riqueza, se utiliza el PIB(Producto Interior Bruto).  El PIB es el valor monetario y consiste en el ingreso o la renta de un país. Sirve para medir los ingresos obtenidos en la producción y el gasto en bienes y servicios. También mide el ingreso del trabajador en forma de salario o la renta proporcionada por el alquiler de un inmueble, mientras que la riqueza suele ser el resultado de la acumulación de ingresos en largos periodos. Son organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional los que proporcionan los datos para su análisis.

Identificar al 1%

En las últimas décadas, el crecimiento de muchos países con ingresos bajos y medios, las llamadas economías emergentes, ha transformado las estructuras de poder y económicas. Los ingresos de los pobres han sufrido una reducción sustancial y la clase media se ha desplazado hacia los países en desarrollo.

Si bien en la actualidad disponemos de más información respecto a la pobreza global y la distribución de los ingresos, hasta ahora la parte superior de la distribución, es decir, el 1%, no ha sido examinado por la dificultad que supone cuantificar las fortunas de los superricos. El capital de los más ricos es rastreado por varias organizaciones como Forbes y el Banco Credit Suisse un informe de este último correspondiente al año 2000-2015 revela que el 1% de la riqueza mundial aumentó en el 2015, llegando por primera vez llega al 50%, por lo que la brecha de la desigualdad se ha ampliado desde la Gran Recesión del 2008.

Gráfico 1: Índices de desigualdad global, 1988-2012

(Anand, S. &, P. “Who are the global top 1%?”. World Development. Pág. 4)

El gráfico muestra las tendencias de la desigualdad durante el período 1988-2012, y para ello se han utilizado una serie de herramientas de medición, como son el índice de Theil, que permite desglosar la desigualdad ocupacional o social, y el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en los ingresos.  (Anand S. &., 2017).

Otra interpretación es que a partir de 1994 en el resultado del coeficiente Theil (MLD) se aprecia una tendencia hacia el incremento de la desigualdad, mientras que a partir del año 2005 se tiende a la disminución. Resultado que también aparece reflejado en el coeficiente de Gini.

La desigualdad en España

 (Anand S. &., Who are the global top 1%?». World Development, 2017).

En España, la inflación perjudica un 26% más a los hogares con menores ingresos, devorando el poder adquisitivo de los salarios, la principal fuente de ingresos de los hogares (Romero., 2023).

Considerando la moneda PPAS, el gráfico nos muestra que en el periodo transcurrido entre 1998- 2002 los ricos españoles aumentaron aproximadamente un 73%. Y a su vez la desigualdad. A partir del 2002-2012, en un contexto de crisis económica, el porcentaje de desigualdad vuelve a ajustarse en relación a los valores obtenidos en 1988 y 1998.

Todo parece indicar que España, en materia de renta estrictamente monetaria, se halla a la cabeza de la desigualdad en Europa. Por ejemplo, el Gini de la renta del año 2013 fue de 0,34, mientras que, en la Unión Europea de 0,31, y en países como Suecia, Holanda o Finlandia en torno al 0,25.

Los datos sobre las rentas más altas, sin embargo, solo ofrecen una visión parcial de la desigualdad y esta depende en buena medida, de lo que pase en las rentas medias y en las bajas. Es un hecho que la desigualdad ha aumentado prácticamente en todos los países ricos en los últimos veinticinco años proceso que ha afectado tanto a los países de orientación liberal en cuanto a la regulación de mercados o sistemas de protección social como los países nórdicos o centroeuropeos.

Conclusión

La desigualdad en la renta española es real. No es de las menores de Europa, pero sí sustancialmente menor de lo que se suele expresar si se tienen en cuenta los alquileres imputados y servicios públicos no contabilizados proporcionándonos una visión más real de la renta en España (Montcada, 2016).

Desde el año 2020, el 1% de la población mundial acumula el 63% de la riqueza. A nivel mundial, la fortuna de los multimillonarios ha crecido a un ritmo de 2.700 millones de dólares al día. Según la lista Forbes, ocho hombres poseen la misma cantidad de riqueza que la mitad más pobre del mundo. En 2024, los propietarios de empresas tecnológicas lideran la lista de los multimillonarios del mundo. El propietario de X, Elon Musk, ocupa el segundo lugar con un patrimonio neto de 195 mil millones de dólares, seguido por el director ejecutivo de Amazon, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg de Meta. Encabeza la lista Bernad Arnault, fundador y director ejecutivo de LVMH, la empresa de artículos de lujo más grande del mundo con un patrimonio neto de 233 millones de dólares. En paralelo, 1.700 millones de trabajadoras y trabajadores viven en países donde la inflación crece por encima de los salarios.  (Berkhout, 2021).

Cabe aspirar a un mundo muy distinto, un mundo más igualitario en el que las economías sean más humanas, libres de toda explotación, en el que se cuide el bienestar básico y la seguridad en los ingresos de las personas. Un mundo más ecuánime, en el que los más ricos paguen impuestos de manera equitativa. La humanidad dispone de suficiente talento, riqueza e imaginación para plantear soluciones en pro de una economía más humana, justa y al servicio de todas las personas.

Lourdes Requena Sansano

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