Sección Femenina y Acción Católica: La movilización de las mujeres durante el franquismo.

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Introducción

La Segunda República se propuso dar un vuelco considerable al estatus social y político de las mujeres españolas, empezando por otorgarles el voto, primer paso para reconocerlas como ciudadanas de pleno derecho. Se aprobarían leyes como la del divorcio o el aborto, un asunto que era todavía tabú en buena parte de Europa y del mundo entero.

En este marco de importantes reformas que eran a la vez muy inestables las mujeres se organizan y movilizan, tanto en la política institucional como en sus márgenes, creando asociaciones inspiradas por las ideas feministas que venían circulando desde la segunda mitad del siglo XIX. Un ejemplo de ello son las organizaciones que existieron dentro del anarcosindicalismo español como Mujeres libres, la Confederación Nacional del Trabajo, la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias y la Federación Anarquista ibérica.

Encuadrar a la población femenina bajo la ideología nacionalcatólica franquista

La Sección Femenina (SF) de Falange y las ramas femeninas de la Acción Católica (AC), se activarían durante la República para hacer frente a lo que se consideraba una amenaza en toda regla al orden social, moral, familiar y sexual. Tras la guerra, la dictadura delegaría en ambas organizaciones, por cauces distintos, con el objetivo de reencuadrar y socializar a la población femenina en unos ideales convenientes a la ideología nacionalcatólica del régimen.

La misión de las ramas femeninas de Acción Católica y de la SF de FET y de las JONS sería precisamente demorar la plena autonomía de la mujer española y mantenerla en el ámbito de lo doméstico, aunque desde unas coordenadas algo distintas a las del arquetipo decimonónico del ‘ángel del hogar’. Mientras en el siglo XIX se daba por descontado que las mujeres no debían rebasar los límites estrictos de sus roles de esposas y cuidadoras, los ideólogos de la España franquista entendieron que iba a ser necesario cierto tipo de activismo que fortaleciera la familia tradicional y católica y ensalzara un prototipo de mujer acorde a este fin.

La Sección Femenina (SF) de FET-JONS, constituida en Madrid en 1934, estuvo presidida desde su inicio y hasta su liquidación por Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de la Falange e inspirada por sus mismos valores. Por otro lado, las ramas femeninas de Acción Católica se originaron en 1919 bajo las siglas ACM (Acción Católica de la Mujer) y lograron alcanzar importantes cotas de movilización religiosa, social y política llegando incluso en algunas ocasiones a transgredir los límites del discurso de género defendido por la jerarquía eclesiástica en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera o la Segunda República.

A partir del Decreto de Unificación de abril de 1937, las mujeres falangistas aumentaron sus parcelas de actuación, es decir, pasan a encargarse del llamado Servicio Social desarrollando su capacidad organizativa en los ámbitos de la sanidad y la asistencia social. Por ello, en la posguerra, reclamaron el control y organización de todos los espacios y actividades de los que se habían encargado durante la guerra.

La formación impartida en las escuelas del Hogar

Durante los primeros años del franquismo, ambas asociaciones difundieron un modelo de mujer similar, aunque las católicas incidían más en los elementos religiosos y morales, en su ideal de feminidad de pureza y abnegación, sus respectivas Escuelas de Hogar instruían a las mujeres para ser buenas madres y esposas. En las escuelas de la SF se impartía oficialmente la llamada formación de hogar, asignatura obligatoria en la enseñanza primaria, secundaria y en las escuelas femeninas de magisterio, junto con la educación física y la enseñanza nacionalsindicalista. Se buscaba evitar que las mujeres, sobre todo las casadas, abandonaran su espacio y función natural y accedieran al mercado laboral, al tiempo que se cuidaba de no poner en cuestión la virilidad y la masculinidad que debían administrar los núcleos familiares.

Ambas asociaciones colaboraron en la política represiva y de control social del régimen, integrando una dimensión moral-religiosa mediante la cual el castigo penal o la represión de los vencidos no era suficiente, sino que era necesaria también la reconversión y el arrepentimiento. Visitadoras y catequistas (el llamado apostolado de las cárceles) se encargaban de redimir a las reclusas por medio del catolicismo y de distribuir el subsidio que el Patronato de Redención de Penas por el Trabajo daba a las familias de los reclusos. También se encargaron de reeducar a las hijas de los vencidos y a los niños repatriados, a los que había que reincorporar a la religión y a la patria, en palabras del Secretariado de Enseñanza.

También resulta cuanto menos paradójico que durante los cuarenta años que duró el régimen, claramente contrario al empleo de las mujeres, existiese dentro de la Sección Femenina un departamento dedicado a tutelar el trabajo de la mujer. La dictadura franquista no fue tan restrictiva con el empleo femenino como lo fue el nazismo, entre otras cosas porque en aquellos tiempos el trabajo de las mujeres no estaba tan desarrollado como en Alemania. Las razones de la condena franquista al trabajo fuera del hogar obedecieron más, como en la Italia De Mussolini, a postulados religiosos y morales.

Las contradicciones de las dirigentes de ambas organizaciones

La propagación de la maternidad como la única función social de las mujeres y el hogar como su lugar natural no fue especialmente atendida por las dirigentes de ambas organizaciones, ya que permanecieron solteras, viajaron al extranjero, ejercieron tareas de responsabilidad, accedieron a la cultura existente y disfrutaron de la promoción socio-profesional que sus organizaciones les ofrecían. Esta contradicción entre vida y discurso no fue exclusiva de las militantes de la Sección Femenina de FET-JONS y de las ramas femenina de la Acción Católica, sino que es un rasgo que caracteriza a la movilización femenina. En este contexto, es preciso recordar un nombre que no ha estado exento de polémicas en los últimos años, el de la abogada y escritora gaditana Mercedes Formica. Militó en la Falange de José Antonio Primo de Rivera para distanciarse de la doctrina oficial del régimen tras el fallecimiento de este y ser una de las voces que, incluso bajo el manto de la dictadura, defendió posiciones feministas —introdujo en España El segundo sexo de Simone de Beauvoir a través de un artículo—y en 1958 impulsó una histórica reforma del Código Civil que suprimía los puntos que denigraban específicamente a las mujeres. Recientemente, mientras en Cádiz un ayuntamiento gobernado por una coalición de izquierdas retiraba un busto suyo por considerar que colaboró con el franquismo, el comisionado de Memoria Histórica de Madrid, durante el mandato de Manuela Carmena, decidía poner su nombre a una calle. La tragedia de Formica, aun estando alineada con los vencedores de la Guerra Civil, fue la de ser mujer y tener estudios en el marco de un régimen al que no le interesaba que las mujeres pudieran alzar la voz; para modular el tono y las aspiraciones vitales de estas mujeres estaban herramientas como la SF y la rama femenina de la AC, que debían contribuir a perpetuar su rol de madres y esposas.

Bibliografía

Ackelsberg, Marta.  Mujeres Libres. El anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres. 4.ª ed. Barcelona: Virus editorial, 2017.

Blasco Herranz, Inmaculada. “Identidad en movimiento: La acción de las “católicas” en España (1856-1913).” Historia y Política, 37 (2017): 17-56.

Campoamor, Clara.  El voto femenino y yo: mi pecado mortal.  1.ª ed. Madrid: Editorial Renacimiento, 2018.

Del Arco, M.Á. C. Fuertes. C. Hernández. J. Marco. No solo miedo. Actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (1936-1977). 1.ª ed. Granada: Editorial Comares, S.L, 2013.

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